Como todos los años y para no romper la tradición decidí, en octubre, matricularme en un curso de aquagym. Encontré una piscina relativamente cerca de la oficina y de la estación de Luxemburgo, así que allá voy cada miércoles venciendo la pereza mañanera. El primer día llegué al centro de actividades acuáticas, así se llama, preguntándome como sería aquello. Me imaginaba una piscina infantil llena de señoras luxemburguesas serias, entradas en años, siguiendo ordenadamente las instrucciones dictadas por un monitor en perfecto luxemburgués. A pesar de ello pensé que sería posible adaptarme bien, a fin de cuentas han pasado ya varios años desde mi primera clase de aerobic en estas tierras, cuando no conseguía saber que era lo que debía mover cuando la profesora hablaba de la genou. Entonces había terminado dándome por vencida después de varias sesiones cansada de ir a la contra.
El vestuario de la piscina estaba efectivamente lleno de señoras luxemburguesas a las que no entendía una palabra. En todos estos años no he conseguido pasar del "moien" (hola) que digo al entrar en las tiendas. Lo cierto es que no tengo mucha relación con los aborígenes del país, somos muchos más los extranjeros empleados en la administración europea y en empresas internacionales.
He descubierto que esas bañistas luxemburguesas, una vez despojadas de sus gorritos de lana blancos y de sus paraguas amenazadores, son muy simpáticas y sonrientes, e incluso están dispuestas a intercambiar algunas frases en francés conmigo, así que me está yendo bastante bien. Los monitores suelen ser tipos muy divertidos, que hacen muy amenas las clases, así que en ocasiones además de ejercicio celebramos una especie de fiesta acuática y nos lo pasamos estupendamente. Yo hago lo que hacen los otros, porque como me tengo que quitar las gafas veo al profesor solo como un bulto anónimo, aunque me ponga en primera fila.
No hay un único monitor, parece que el servicio de deportes de la ciudad tuviera una plantilla interminable, por lo que cada vez nos dirige una persona diferente. Muchos de ellos hacen de los cuarenta y cinco minutos de clase un entrenamiento digno de competición y entonces pienso que si el aquagym es un deporte para la tercera edad, lo es para una generación que me supera con creces. Así me explico que muchas de mis compañeras septuagenarias luzcan sus bañadores, e incluso en ocasiones sus bikinis, con una gracia que ya quisiera yo para mí.
La piscina me recuerda el escenario de un cómic que leí hace poco, cuyo dibujo me encantó. Se trata de "El sabor del cloro", de Bastien Vivès. Totalmente recomendable.
Vivès es un crack, sobre todo del dibujo (sus guiones son algo "ligeros" en mi opinión). A mi me gusto mucho su ultima obra, POLINA.
ResponderEliminarVivès, Vivès... ¡No te pierdas en pequeñeces! ¡Quédate con las señoras que a los setenta siguen estando estupendas...! ¡Eso es esperanza de vida... sobre todo para los observadores!
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