domingo, 15 de enero de 2012

Cuando sales de aquí pasan cosas

Cuando sales de aquí pasan cosas, eso me dijo mi amigo José María el otro día mientras desayunábamos en una cafetería de Luxemburgo. Yo le estaba contando mi impresión de que cuando volvía a España en vacaciones todo era diferente, el ruido, la luz, la gente. En concreto relataba algo que me ocurrió en un tren de cercanías de Madrid a Alcalá de Henares. Eran alrededor de las 7 de la tarde, y en cuanto pasamos la estación de Chamartín el tren se vació bastante, aunque aún quedamos bastantes personas en el vagón. Una chica de unos treinta y tantos años sentada no muy lejos de mí empezó a hablar por teléfono a un volumen bastante alto, quejándose posiblemente a una amiga, de que se había hecho un corte de pelo estupendo y su marido o novio o quienquiera que fuese al parecer no se había dado cuenta. De veras que no pretendía escuchar, de hecho el tono de voz me molestó bastante, porque me impedía concentrarme en la lectura de un libro no demasiado fácil, pero enseguida la guapa chica de pelo corto, cortísimo y blanco, blanquísimo, empezó a relatar más detalles de su vida íntima, tantos, que pensé que sería buena idea olvidarme de mi libro soporífero y dedicarme a escuchar y a aprender.

José María me contaba, a su vez, una divertida historia de una señora de gran tamaño que se había quedado encajada en el asiento de un vagón de tren y que tuvo que pedir ayuda para levantarse, ante el asombro y el regocijo de todos los viajeros y, entre risas, los dos coincidíamos en que esas cosas no pasaban aquí.

Por supuesto, en el tren que tomo cada mañana en Metz para ir a trabajar a Luxemburgo, hay gente que habla por teléfono, y resulta molesta e inconveniente. Pero comparado con lo que se oye por allí, esto es solo un susurro lejano. Aquí también hay niños en los restaurantes, pero no suelen llamar la atención, y sus padres deben reñirlos por telepatía, porque no se los oye. Aquí un camerero no se sienta en tu mesa para ofrecerte las tapas del día, como me ha pasado en Sevilla, ni se ofrece para tomarse un café contigo antes de que se enfríe si tu acompañante está saludando a alguien y te ha dejado solo, como me pasó en Jerez, ni puedes llamar por teléfono a una chocolatería para pedir que te preparen un litro de chocolate y unas porritas, que ahora mismo bajas a por ello, como ocurre a veces en Madrid.

A lo largo de esos días de vacaciones en España me llamaron la atención muchas otras personas, muchas otras conversaciones en voz alta. No podía dejar de observar lo que ocurría a mi alrededor, las carreras de los niños, el ir y venir ruidoso de los camareros, los saludos atolondrados entre conocidos en medio de la calle. Yo no sé si cuando sales de aquí pasan cosas o si simplemente cuando volvemos a casa de vacaciones somos más receptivos a lo que pasa a nuestro alrededor. Tal vez nos hemos acostumbrado al ritmo "europeo" de esta parte de acá de Europa, y por eso somos más impertinentes y tiquismiquis, pero lo cierto es que hay mucho más ruido y mucho más movimiento y creo que este alboroto es lo mejor y lo peor de España. Eso, y la comida, por lo rica que está y por los kilos de más que te traes cada vez que te dejas atraer por el fascinante mundo de las tapas.

Pero, sin duda, lo más destacable para mí es la luz. No es algo que me falte cuando estoy aquí, es decir, la echo de menos, aunque puedo vivir sin ella. Pero cuando voy a España, y especialmente a Andalucía, esa luz me parece fascinante, no dejo de admirar el cielo ni un solo momento. Muestra de ello es esta selección de fotos de Cádiz y de Sevilla. Podéis verlas siguiendo este link: http://www.flickr.com/photos/silviasevilla/sets/72157628878409845/

viernes, 6 de enero de 2012

Pon un gato en tu vida

Un día u otro los gatos tenían que aparecer en este blog, los que me conocéis sabéis que esto era inevitable. ¡Y es que son tan monos! Todos los que convivimos con gatos pensamos que los nuestros son los más bonitos, simpáticos, listos y, en suma, especiales de todo el universo gatuno. Ocurre como con los niños pero es más exagerado. Al fin y al cabo a los hijos hay que educarlos y convertirlos en personitas de provecho, lo cual exige un poco más objetividad y bastante más responsabilidad. Sin embargo, estos pequeños peludos no tienen necesidad de aprender lecciones para vivir independientemente, y ni siquiera los presentas en sociedad, por lo que no tienen que aprender maneras. Los pobres están encerrados en casa y quien viene a visitarte tiene que soportar que le cuentes la retahíla de monerías del minino como quien va a casa de unos recién casados y se tiene que tragar las 150 fotos y las dos horas y media de vídeo. Creo que los del club de amigos de los gatos somos conscientes de lo plastas que somos, pero es inevitable. Estamos rendidos a sus pies.

Lo único que exijo de mis gatos es que no arañen mucho mis muebles y que no se peleen salvajemente. En esto soy muy firme con ellos, pero por lo demás me tienen absolutamente comido el terreno y son los puñeteros amos de la casa. Te llenan de pelos el sofá, te acosan cada vez que abres la nevera, se tumban en tu mesa, justo delante de la pantalla del ordenador, obligándote a hacer contorsionismo para continuar trabajando, se meten en las maletas, mochilas y hasta en el carro de la compra, en su obsesión por ocupar todos los espacios pequeños... Y nosotros lo aguantamos todo con una sonrisa y con mucha más paciencia que la que gastaríamos con cualquier humano igual de invasivo.

Son animales fascinantes, con personalidades muy marcadas, adorables, que hacen absolutamente lo que les da la gana y les disgusta que intentes imponerte, pero que a la vez te siguen por toda la casa, vigilantes, buscando el contacto físico solo hasta el punto que ellos quieren, ni más ni menos. En fin, una compañía absolutamente recomendable.

Hay cientos de libros sobre gatos y a los amantes de los felinos nos gustan todos ellos, pero tal vez los tebeos son los que mejor reflejan la relación de los humanos con los gatos. Mi selección de hoy se llama "Miau" y es de José Fonollosa. Como dice Alvaro Pons en el prólogo de la segunda entrega de este comic "cuando leemos las historias de Fonollosa, no sentimos únicamente una identificación en la desgracia común,  es que de nuevo se produce ese desarme que nos obliga a soltar un "Ooooooh" con ojitos llorosos pensando en que nuestros gatitos hacen lo mismo. Y, claro, uno se acojona, porque esta terrible enfermedad que es la gatofilia desafía las bases y fundamentos de la medicina moderna".

Pues ese es mi lbro recomendado de hoy, aunque solo para fans de los gatos, dudo que quien no conviva con ello pueda comprender el placer morboso que se siente ante los abusos y atropellos de un compañero peludo.

Por cierto... ¡feliz año!