miércoles, 30 de noviembre de 2011

Para los ausentes

Hace unas semanas falleció un compañero de trabajo. Al parecer murió por causas naturales, aunque me pregunto qué tiene de natural morirse a los treinta y pico años. Nunca viene bien la muerte, pero mucho menos cuando a uno no le toca todavía.

No lo conocía en absoluto, habíamos hablado brevemente tres o cuatro veces, pero me acuerdo a menudo de él. A veces me sorprendo pensando que no he recordado suficientemente a los que han fallecido, a excepción, claro, de las personas más próximas, esas que siempre van con nosotros. Uno recibe la noticia de la muerte de un amigo o un conocido con horror, tristeza o incredulidad, o con todo ello a la vez, pero luego viene la rutina diaria y lo barre todo, y uno de pronto recuerda que una persona ya no está aquí y se sorprende de haberlo olvidado.

Cuando nos anuncian que algún compañero de trabajo ha fallecido, al pie de la noticia que aparece en intranet se puede ver el nombre de una ONG y un numero de cuenta bancaria. Quien lo desee puede hacer un donativo que debe llevar como referencia el nombre del difunto. Siempre me ha parecido una costumbre extraña y no le veo mucho sentido, pero al menos mientras haces el ingreso te acuerdas de tu compañero, sobre todo si la asociación seleccionada por los familiares para recibir el donativo estaba relacionada con sus intereses, como suele ocurrir.

Hace tiempo hice el propósito de acordarme conscientemente de todas aquellas personas que han pasado por mi vida, brevemente o no, y de pensar un poco en ellas. Puede parecer absurdo, pero yo creo que me lo agradecerían. Es lo único que podemos hacer ya por ellos, recordarlos.

Hoy quiero recomendar la lectura de El almanaque de mi padre de Jiro Taniguchi, una obra que considero imprescindible.

martes, 29 de noviembre de 2011

Aquagym

Como todos los años y para no romper la tradición decidí, en octubre, matricularme en un curso de aquagym. Encontré una piscina relativamente cerca de la oficina y de la estación de Luxemburgo, así que allá voy cada miércoles venciendo la pereza mañanera. El primer día llegué al centro de actividades acuáticas, así se llama, preguntándome como sería aquello. Me imaginaba una piscina infantil llena de señoras luxemburguesas serias, entradas en años, siguiendo ordenadamente las instrucciones dictadas por un monitor en perfecto luxemburgués. A pesar de ello pensé que sería posible adaptarme bien, a fin de cuentas han pasado ya varios años desde mi primera clase de aerobic en estas tierras, cuando no conseguía saber que era lo que debía mover cuando la profesora hablaba de la genou. Entonces había terminado dándome por vencida después de varias sesiones cansada de ir a la contra.

El vestuario de la piscina estaba efectivamente lleno de señoras luxemburguesas a las que no entendía una palabra. En todos estos años no he conseguido pasar del "moien" (hola) que digo al entrar en las tiendas. Lo cierto es que no tengo mucha relación con los aborígenes del país, somos muchos más los extranjeros empleados en la administración europea y en empresas internacionales.

He descubierto que esas bañistas luxemburguesas, una vez despojadas de sus gorritos de lana blancos y de sus paraguas amenazadores, son muy simpáticas y sonrientes, e incluso están dispuestas a intercambiar algunas frases en francés conmigo, así que me está yendo bastante bien. Los monitores suelen ser tipos muy divertidos, que hacen muy amenas las clases, así que en ocasiones además de ejercicio celebramos una especie de fiesta acuática y nos lo pasamos estupendamente. Yo hago lo que hacen los otros, porque como me tengo que quitar las gafas veo al profesor solo como un bulto anónimo, aunque me ponga en primera fila.

No hay un único monitor, parece que el servicio de deportes de la ciudad tuviera una plantilla interminable, por lo que cada vez nos dirige una persona diferente. Muchos de ellos hacen de los cuarenta y cinco minutos de clase un entrenamiento digno de competición y entonces pienso que si el aquagym es un deporte para la tercera edad, lo es para una generación que me supera con creces. Así me explico que muchas de mis compañeras septuagenarias luzcan sus bañadores, e incluso en ocasiones sus bikinis, con una gracia que ya quisiera yo para mí.

La piscina me recuerda el escenario de un cómic que leí hace poco, cuyo dibujo me encantó. Se trata de "El sabor del cloro", de Bastien Vivès. Totalmente recomendable.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Trainblogging

El trayecto de Metz a Luxemburgo dura aproximadamente 50 minutos. La mayoría de las veces dedico este tiempo a leer, otras no consigo mantener la concentración durante más de dos o tres páginas y caigo rendida contagiada por el ambiente del vagón, en el que la mayoría de los pasajeros duermen plácidamente. Suele depender de la hora y también de la calidad del libro. A veces escribo cosas que se me ocurren. Ahora que he inaugurado este blog y gracias a las nuevas tecnologías de redes sociales se me ocurrió que esta actividad podría llamarse trainblogging, que significa algo así como bloguear en el tren, aunque como tantos otros conceptos no tiene traducción en español y si algún día la tiene sonará muy mal.

Por supuesto no me lo he inventado yo, ya existe algún que otro bloguero de tren. Y es que ya está todo inventado, sobre todo en internet, donde sea cual sea el concepto que se busque, se encuentra.

Aquí empezaré a escribir todo lo que se me ocurra, probablemente sin orden ni concierto y serán bienvenidos todos los interesados y curiosos que quieran descubrir cómo paso 100 minutos al día cinco veces por semana.

Hoy quiero recomendar el último libro que he leído, "Huérfanos de Brooklyn" de Jonathan Lethem, una historia de detectives narrada en primera persona por Lionel Essrog, un hombre que sufre de síndrome de Tourette. Encontrareis una interesante reseña de Xavier Riesco Riquelme aquí.