—Hola, hola, ¿qué tal estás ? ¿cómo te llamas?
Me pregunto cuántos españoles han pasado por aquí. Muchos, supongo, pero ¿tantos como para que estas niñas adolescentes se manejen tan bien en español? ¿cuántos elefantes de jade habrán tenido que vender antes de negociar con tal desparpajo?
—¡Qué guapa eres! Mira, un sombrero de paja que se pliega y sirve de abanico. No caro, muy barato, y allí en el templo mucho calor, uf, mucho calor para ti. Mira, un elefante, es de jade, es precioso, pequeño, cabe en maleta, no ocupa espacio. Mira esto, una pipa, qué bonita… tú dinero, tú mucho dinero.
La jefa del cotarro, que no tendrá más de quince años, parece controlar a las otras y dirigir discretamente sus discursos y sus argumentos. Su alumna más aventajada, una preciosa birmana de unos once o doce años, continúa hablando sin dejar de sonreír.
—Sí, mira, tu ahora vas a la pagoda, muy bonita, y piensa qué quieres comprar, y luego compras. Mira qué pulsera de jade, para regalar a los amigos, a la familia… collar a juego. Qué bonito.
Es agotador, son incansables, no puedes avanzar... pero te desarman. De alguna manera me encanta que sean tan insistentes, que sepan utilizar con tanta maestría ese equilibrio entre impertinencia y encanto. Es cierto que deberían estar jugando o estudiando, pero si los comparo con aquellos que pasan el día tumbados en la cama con la consola de juegos entre sus dedos histéricos, me quedo con estos niños, a su pesar, porque sé que ellos preferirían sin duda la vida fácil y segura.
—Luego ¿sí,? Luego compras ¿sí? Más tarde, eh, Silvia ¿sí?
—Pero en el templo habrá más vendedoras— les digo riendo.
—Bueno, es igual, pero tu me compras algo a mí, a mí ¿sí? Elefante de jade auténtico. Yo espero, guapa, guapa, qué guapa.
Es imposible decir que no, como mucho, que ya veremos, y con eso se conforman.
Por supuesto, tras un recorrido en carreta para llegar al antiguo palacio real, a consecuencia del cual te duelen todos los huesos, hay más vendedoras, más elefantes, pulseritas, postales y camisetas… y vuelta a empezar, tú guapa, tú compra, tú dinero. Y nosotros, preparando la defensa, un intento inútil.
—Es que ya les dijimos a las chicas del embarcadero que les compraríamos a ellas...
—Sí, también, ellas tienen cosas muy bonitas, pero son otras cosas. Mira, elefante tailandés, con la trompa para arriba, mira, un cerdito, también de jade, qué bonito, tú compra ¿sí?
Entre promoción de figurita y de collar, encuentran tiempo para hacer de guías y te explican que aquella grieta de la torre fue causada por un terremoto, que aquellas ruinas pertenecieron al palacio o que aquí la vista es mejor que allá.
Lamento no haber traído más monedas. No me interesa nada, solo hacerlas sonreír e imaginar que el dólar que les doy es importante para ellas.
Una de ellas se enfada, no me quedan euros para dar, le pido a Félix un dólar. Eso no le gusta, el dólar vale menos que el euro, pero aún así acepta el trueque y me da una pulsera a cambio.
Si vais por allí no perdáis la paciencia, son muy pesadas, pero ofrecen uno de los mejores recuerdos del viaje.
Nos saludarán con la mano hasta que el barco se pierda de vista o hasta que llegue otro extranjero, lo que ocurra antes. Ellas no guardarán el mismo recuerdo de nosotros, para ellas solo somos el negocio, la forma de vida, pero para mí son los más preciosos souvenirs de Awa.
¡Qué tierno! ¡Qué bonito!
ResponderEliminarHe tenido la sensación de estar sintiendo el calor y me he arrepentido por no comprar el sombrero-abanico, me ha parecido estar allí viendo el elefante de jade, las sonrisas, la timidez olvidada durante un rato, el desasosiego por decir que “no”, que dónde puñetas pongo tanto recuerdo…, que lo que yo quiero es quedarme y que no pase el tiempo demasiado rápido… y que no haga calor, por dios, ¡que no haga calor!
Yo no he comprado nada (jajajaja)… ¿Y vosotros?
Me encanta, qué bonito Silvia, lo voy a compartir por ahí.
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