jueves, 31 de mayo de 2012

Mr Todd

Nuestro guía en Birmania se hace llamar Todd. Eligió como seudónimo el nombre del protagonista de una novela que, por lo que me contó, bien podría ser el barbero Sweeney Todd. Nos encontramos con él después de pasar una hora en una cola ante el mostrador de inmigración. Por aquí, como ya nos habían advertido en la agencia de viajes española, se lo toman con calma. Yo lo intento también y me dedico a mirar a mi alrededor inventando historias de quienes, como nosotros, esperan su turno con más o menos paciencia.

Desde el primero momento, Todd, cuyo auténtico nombre es Aung Aung Kyaw se mostró totalmente contrario al régimen militar, insistiendo en que él no tenía miedo de decir la verdad -sobre todo si era en español, menos arriesgado que el inglés- y que desconfiaba de que las elecciones del 1 de abril, supuestamente democráticas, fueran a cambiar la situación. Todd aprendió español por su cuenta, leyendo y viendo la televisión. Ha enriquecido su vocabulario gracias a las novelas que los turistas españoles le han ido dejando. La última, El príncipe de la niebla, de Carlos Ruiz Zafón. Dice que le resultó fácil aprender español, ya que habla francés, pero resulta increíble oírle utilizar a la perfección expresiones como “a renglón seguido” o palabras como “sincretismo”o “mameluco” y tantas otras, con un dominio del lenguaje que nos resulta sorprendente. Solo le faltan algunos conocimientos de gramática para conseguir un nivel realmente brillante. Domina a la perfección el subjuntivo y el condicional y, sin embargo, a veces comete errores en los tiempos verbales más sencillos, imagino que por influencia del francés. En ocasiones nos pregunta por el significado de alguna palabra y la escribe. A partir de ese momento se acuerda de utilizarla y de ponerla en su contexto siempre que puede, y lo hace con gran acierto.

Todd es un joven bien parecido, con una amplia sonrisa y dientes muy blancos. Siempre luce un gran sombrero que pidió que le hicieran a medida, con el que parece un mejicano, y va vestido con el tradicional longyi, una pieza larga de tela que se pone alrededor de la cintura con un nudo en la parte delantera y que proviene del sarong, las “faldas” que abundan en gran parte del sudeste asiático. A Todd no le gusta mucho llevarlo, dice que es incómodo, pero es el uniforme de la agencia de viajes para la que trabaja.

Muy cínico y bastante fatalista, Todd no tiene una visión demasiado optimista del futuro de su país. Debe pertenecer a un escala social más bien alta, tiene estudios universitarios de informático y un sueldo fijo, algo que no debe ser muy habitual por allí. Nunca ha salido de Birmania, pero el estar en contacto constante con extranjeros hace que esté exageradamente deslumbrado por el atractivo de occidente, por lo que no puede evitar despreciar y criticar todo lo relacionado con su país, mostrando un gran descontento por la situación política, el bloqueo económico, la falta de medios, las carencias sociales y todo un largo etcétera que hace eterna su lista de reivindicaciones. Por supuesto, no le falta razón, con la que ha caído y aún está cayendo en Myanmar, pero tiende a despreciar los aspectos positivos y las cualidades de su país y de sus gentes, que son muchas. En cualquier caso, Todd fue nuestro primer contacto con Birmania y nuestra fuente de información más auténtica.

Hablamos mucho con Todd estos días acerca de la situación actual. Dice que Myanmar tiene hambre de nuevos aires, por lo que defiende la apertura a ultranza. Creo que comprende los riesgos de ver a Birmania convertida en uno de tantos países asiáticos invadidos por la cultura occidental, pero dice que prefiere que su país sea influido por occidente antes que por los chinos, que ya están dejando sus huellas por todas partes.

jueves, 24 de mayo de 2012

Crónicas de Birmania

Tras una larga ausencia vuelvo a activar este pobre blog abandonado y me propongo publicar una serie de artículos sobre mi reciente viaje a Birmania.

Llevaba ya tiempo deseando conocer este país, así que le propuse a Félix apuntarnos a un viaje organizado por nuestra agencia habitual y así lo hicimos, pero finalmente fue cancelado. Como ya nos habíamos hecho a la idea de pasar la semana santa en tierras birmanas, decidimos ir solos, aunque pidiendo a la agencia que nos organizase todo el tinglado, habida cuenta de que a esas alturas ya no nos daba tiempo ni de leer una guía turística.

Y para allá que nos fuimos, sin saber qué encontraríamos y sin haber visto ni una foto. Me gusta viajar así, sin ideas preconcebidas. Esto solo lo puedes hacer de dos formas: a lo kamikaze, sin preparar nada, lo cual requiere bastante tiempo y un alma aventurera de la que yo carezco, o a lo señorito, confiando en la organización de una agencia, que te busca un guía, un hotel y un itinerario.

Esta segunda forma es más segura, aunque sin duda la primera permitiría conocer mucho más a fondo el lugar al que nos dirigimos. Pero mi afán aventurero es de pacotilla y no contempla la posibilidad de quedarme tirada en una carretera desconocida sin hotel y rodeada de serpientes. Seguro que esto no me pasaría nunca, pero mi imaginación y mi miedo es desbordante, así que al fin ahí íbamos, con nuestro guía local, el mismo para todo el viaje, y a nuestros lujosos o, como poco, correctos hoteles internacionales.

Este es un placer agridulce que me ha causado problemas de conciencia no pocas veces, cuando uno se da cuenta de todo lo que tiene en comparación con lo poco que tienen otros. Pero a pesar de este sentimiento que tan a menudo me atormenta en tierras extrañas, me parece que viajar merece mucho la pena, sea como sea y en las circunstancias que a cada uno le convengan, ya sea cerca o lejos, en grupo o solo, austeramente o a lo grande. Viajar abre los ojos como ninguna otra cosa más lo hace. Y así me gusta que estén los míos, bien abiertos, para lo bueno y para lo malo.

Y hoy no hay foto, para no adelantar acontecimientos. El próximo viernes publicaré la primera de mis crónicas birmanas... sin ánimo de plagiar la novela gráfica de Guy Delisle que hoy recomiendo encarecidamente, no solo por lo pertinente que resulta hoy sino, sobre todo, por lo mucho que disfruté leyéndolo.